jueves, 26 de enero de 2017

Y mientras nosotros... a "omitir"


Como nos gusta crear la realidad. Adornarla a nuestro antojo. Poner aquí, quitar allá y seducir al telespectador que solo quiere ver y oír lo que le conviene. Y mientras nosotros, que nos debemos al lobby de la información, venga a manipular. Sí, a cambiar las cosas interesadamente para conseguir un fin "x". Llámalo audiencia, llámalo rédito profesional... o como diría Fermín Trujillo, "llámalo Dios o llámalo energía". O como dicen algunos colegas, llámalo omisión. Pero a mí ni con esas se me pasa la amargura.

Por que omitir es callar, no contar, no decir, mirar para otro lado, aunque lo sabes. Y entonces, ¿eso no es mentir? Pues claro que lo es, pero muchos prefieren escudarse en la "omisión" para sentirse menos peor, menos mal, más profesional.

Hoy Mariano Rajoy en una entrevista ha preferido clamar al cielo para que llueva en vez de meter mano al atraco de las eléctricas y bajar la tarifa que hace que ahora una servidora esté escribiendo a la luz de las velas. Era el titular del día. Ese, y que él de la Gürtel poco sabe. Tanto o nada como para sorprenderse después de que el periodista le haya dicho que el PP pidió la nulidad del caso. Pero para sorpresa la mía cuando en más de un boletín ni se ha sacado el tema. Nada.

Y ahí es cuando te amargas, pero también te das cuenta de que todo está en manos de la gente. De la vecina del quinto, de tu amiga la que no vota... hasta del señor que se coge todos los periódicos los domingos en el bar mientras se toma un café. Ser críticos y saber diferenciar entre lo que pasó y lo que no pasó solo depende de ellos. Y mientras, nosotros... a "omitir".







martes, 29 de noviembre de 2016

Bana, el nuevo símbolo creado por Occidente

Hacía un año que no escribía. Los cambios y este mundo me habían quitado las ganas de ponerme frente a una página en blanco hasta que la vi a ella. Fue ayer.

Se llama Bana Alabed. Es siria, tiene 7 años y en 3 meses ya tiene 175.000 seguidores en Twitter. Utiliza la red social, gestionada por su madre, para contar su día a día desde Alepo. Para lo bueno y para lo malo.

Sus dos trenzas se pasean por las calles destruidas y casi a tiempo real vía Periscope nos muestra los bombardeos, los gritos y el miedo.

Bana lanza mensajes de auxilio cuando bombardean su casa, pide salir de Alepo bajo el hashtag #StandWithAleppo y cuelga fotos que rozan la crueldad, de compañeros muertos que acaban de ser bombardeados en clase. En su clase. Imágenes, eso sí, que no serán más duras que lo que ella, a sus 7 años, está viviendo a diario.

Bana Alabed. Foto: @alabedbana
Bana se ha convertido en un símbolo. La hemos convertido nosotros en una marca más de la guerra. Como a Aylan u a Omran, el niño sirio ensangrentado sentado en una ambulancia con la mirada perdida tras ser víctima de un bombardeo.

Son símbolos del conflicto atroz que vive Siria que pasarán, se olvidarán. Y ahí quería yo llegar.

Es curioso como las nuevas tecnologías nos acercan a otras partes del mundo sin movernos de la silla. Podemos ver, oír y casi oler a miles de kilómetros de distancia. Una tecnología que nos permite ser testigos, en primera persona, de cómo suena la guerra aunque con una salvedad… que la contemplamos desde el sillón. Desde el silencio de nuestro hogar. Desde la tranquilidad del sistema en el que hemos tenido la gran suerte de nacer y desde el que lamentarse es toda una hipocresía, se mire por donde se mire.

Entonces llega ella, Bana. Con su mirada dulce, sus trenzas con lazos rosas y sus mensajes suplicando piedad con cientos, que digo cientos, miles de retuits. ¿Y qué? ¿Nos creemos que por darle a la flechita la carnicería terminará? ¿O buscamos el postureo? El mismo de los países “desarrollados", de los organismos internacionales como Naciones Unidas que en pleno siglo XXI permite que se siga matando sin control.

Nos han anestesiado. La sangre ya no nos impacta. Ni siquiera el mensaje de una niña despidiéndose porque cree que va a morir bajo los cascotes de la que era su casa. Así que la culpa es sólo nuestra.

Ya ni eso nos conmueve.

  




viernes, 13 de noviembre de 2015

Las dos caras de Change.org

Millones de ciudadanos han conseguido en los últimos años recabar decenas de miles de firmas a través de la plataforma Change.org para acabar con innumerables injusticias. Cien millones de usuarios en 196 países hacen uso de esta herramienta a diario.

Una web que les permite hacer llegar sus peticiones al mundo entero, en la mayoría de los casos con el objetivo de hacer de este planeta un lugar mejor. Sin embargo, nadie se ha parado a pensar en que esta plataforma al servicio de los ciudadanos acoge todo tipo de peticiones, unas buenas y otras no tanto. Y a los hechos nos remitimos.

Por ejemplo, la plataforma Stop Estafadores, asociación de afectados por prácticas fraudulentas de prestamistas de capital privado, a través de Change.org pide ayuda para Monchi, una mujer que dice haber sido estafa por un prestamista. La presión y la falta de ayuda hizo que su marido se quitara la vida, y ahora ella pide desesperada 150.000 firmas que apoyen su causa, para hacerlas llegar al Gobierno español y que “legisle para impedir la usura y que miles de familias sean estafadas cada año”. Sin duda una petición a todas luces necesaria.

Pero la cosa cambia cuando nos topamos con el titular “No a la petición que incita al odio y a la discriminación de los musulmanes”. Es una solicitud hecha por Musulmanes contra la islamofobia. Seguimos leyendo, y no damos crédito. Este grupo pide a Change.org, y a su responsable en España Francisco Polo, que eliminen una petición de Change.org contra la apertura de mezquitas en España. Una solicitud que incita al racismo y a la islamofobia, y que sigue abierta a recoger firmas. ¿En serio? De las 5.000 firmas que pide una tal Ana Sánchez, a estas horas ha recabado 3.711. Frases como “no queremos vivir en un país islamizado” o “no queremos ni más mezquitas ni más refugiados o emigrantes con raíces musulmanas”, justifican la petición que solicita, además, la deportación de los inmigrantes de España.

Una plataforma que se presenta como un lugar al que acudir para, a través de la recogida de firmas, “pasar a la acción” y “adoptar decisiones para lograr soluciones”, no puede acoger solicitudes que inciten al odio y al racismo. Porque su función social pasa a ser un papel vergonzoso, injusto y hasta anticonstitucional. En la vida no todo vale, aunque está claro que de esta manera Change.org hace honor a su eslogan que asegura que “cualquier persona puede iniciar una petición”.



miércoles, 9 de septiembre de 2015

Ser refugiado en España no es fácil

La Unión Europea ya ha tirado de las orejas en varias ocasiones a nuestro país por no cumplir con los mínimos de respeto a los derechos humanos y a la protección internacional de las personas refugiadas. Personas que recordemos huyen, literalmente, del miedo de morir en mitad de una guerra, o de las epidemias y la escasez de comida que provocan esos conflictos. 

Hoy, la Comisión Europea anuncia a los Estados miembros una nueva propuesta de reparto de refugiados. 120.000 serán las personas que Europa deberá albergar, y que ahora mismo están en Italia, Grecia y Hungría esperando un destino que les asegure la paz que llevan anhelando durante meses de periplo. La mayoría de los refugiados proceden de Siria y Afganistán, pero no debemos olvidar que los ciudadanos de Kosovo, Afganistán, Eritrea (donde el servicio militar es lo más parecido a la esclavitud y es obligatorio), Serbia, Albania, Irak, Pakistán y Nigeria son los siguientes países de los que más personas huyen, según fuentes de Eurostat. Y nosotros nos preguntamos, ¿cómo tratará España a estos refugiados? ¿Estaremos a la altura de las circunstancias? 

Ya en el mes de Julio, la ONU pidió explicaciones a España por abandonar a Mohamed, refugiado político de origen argelino, que fue desahuciado con sus dos hijos de 8 meses y dos años, con los que acabó durmiendo en la calle. Ahora, nos encontramos con una situación parecida. 

La familia de Derar, refugiado eritreo en España, se enfrenta a una orden de desahucio por no poder hacer frente al pago del alquiler desde hace 4 meses. Llegaron a España desde un campo de refugiados en Túnez, gracias a una orden de reasentamiento del ACNUR y del Gobierno Español. Ahora, no saben qué va a pasar. En agosto del año pasado dejaron de recibir la ayuda de 1.100 euros mensuales con la que vivían los cuatro, y la Renta Mínima de Inserción de 500 euros no les da ni para pagar los 700 euros de alquiler. Derar vivía con su familia en Libia. Él y su mujer son ingenieros, y aseguran que les dieron a sus hijos la mejor vida que podían imaginar, hasta que estalló la guerra. Entonces la familia se separó. Derar estuvo dos años sin saber nada de su mujer ni de sus hijos, hasta que se enteró de que habían conseguido llegar a España. Consiguió reunirse con ellos en el 2014. Ahora lo único que pide es una vida digna junto a los suyos. 

Aseguran que la crisis de refugiados que se está viviendo en Europa les hace recordar, una vez más, lo que han tenido que sufrir. Pero la esperanza de que su situación se solucione está en las nuevas generaciones, como la de Adaad, su hija que con tan sólo 12 años, tiene muy claro a qué se quiere dedicar en el futuro. “Quiero ser médico para ayudar a la gente”, asegura.



 (Artículo publicado en www.cordobainternacional.com)

miércoles, 22 de julio de 2015

Isabel Pérez: “Nos hemos hundido en el vacío de la Franja. Es un genocidio a cámara lenta”

Isabel Pérez es una de esas periodistas que cuando te mira, impacta. Afincada en la Franja de Gaza desde 2013, su compromiso con el pueblo palestino, no sólo como periodista sino también como persona, hace que aproveche sus días libres en Madrid para revindicar, una vez más, la injusticia del bloqueo insufrible que padece una parte del mundo y que, a veces, parece que poco importa. Pese al calor sofocante de las siete de la tarde, Pérez nos recibe con la mejor de sus sonrisas en la terraza de Ecoo, el centro que acoge la mesa redonda organizada por Palestina Digital “Gaza, vida y muerte y su repercusión en los medios”, y en la que participa junto a los también periodistas Musaa’ab Bashir, Yolanda Álvarez y Teresa Aranguren. Toca hablar del periodismo de guerra, ese género único que une vocación y humanidad.


Isabel Pérez, periodista freelance en la Franja de Gaza,
durante la entrevista. Foto: Javier Imedio

Pregunta: Parece mentira, pero lo más destacado en los últimos días sobre la situación de Gaza, han sido las palabras de Angela Merkel que provocaron el llanto desconsolado de una niña refugiada palestina. La noticia en los medios se ha quedado, una vez más, en la anécdota, lejos de hablar de la realidad de la Franja y de sus consecuencias. ¿Estamos haciendo los periodistas bien nuestro trabajo?

Respuesta: Es uno de los errores que cometemos los medios y algunos periodistas. A veces estamos obligados a descontextualizar, pero es muy necesario seguir explicando, aunque sea con anécdotas y con algo más de información, el conflicto árabe-palestino o palestino-israelí, según lo quieras ver. Los medios de comunicación podríamos hacer mucho más para explicar al mundo este conflicto, uno de los más enquistados, y un error que cometió en su día la comunidad internacional. Tendríamos que evitar poner parches como se está haciendo hasta ahora y buscar una solución política. Esto no es sólo una crisis humanitaria, es una causa política, y es como deberíamos enfocarlo desde los medios.

P: ¿Cómo consigue un periodista freelance vender a los medios de comunicación el día a día de la Franja de Gaza?

R: El día a día es muy complicado. Lo que ocurre en la Franja de Gaza tras más de ocho años de bloqueo israelí es el resultado de la acumulación de crisis socioeconómicas.  Hablamos de 66 años de ocupación. Nos hemos hundido en el vacío de la Franja desde hace ocho años, cuando Hamas llegó al poder e Israel decidió imponer este bloqueo inhumano, este castigo colectivo. Es un genocidio a cámara lenta. Vender a un medio de comunicación lo que ocurre cada día es difícil, porque son ciclos que se repiten. Por ejemplo, tener una crisis de combustible a nivel mediático no vende. Eso hace que los periodistas tengamos que ser muy originales para meter dos líneas sobre “de nuevo hay una crisis de combustible”. Pero hay bastante trucos que los periodistas que estamos dentro sabemos utilizar. Por ejemplo, esas faltas de carburante pueden afectar a los vehículos: no hay taxis y la gente no puede ir a trabajar. O podemos venderlo sobre cómo salen de las alcantarillas las aguas residuales porque el Ayuntamiento no tiene combustible para bombear. Hay que buscar la manera de dar la otra visión, pero al final es lo mismo, son ocho años de la misma crisis.

Isabel Pérez, periodista freelance en la Franja de Gaza,
durante la entrevista. Foto: Javier Imedio
P: Hablando con otros periodistas de guerra, casi todos coinciden en que es muy difícil informar de manera objetiva cuando ves la muerte tan cerca y los sentimientos afloran. ¿Qué opina?

R: Yo no creo que sea un problema que afloren los sentimientos. Al revés, es algo muy humano, los periodistas somos humanos. Somos mujeres, somos madres, o seremos madres en mi caso. Es normal que afloren los sentimientos, si no es así, creo que es un problema, y que ese periodista no va a lograr informar sobre por qué hay niños que están muriendo por falta de medicación. O sobre por qué hay mujeres con cáncer de mama, muy extendido en Gaza, que están muriendo porque no entran los tratamientos por el bloqueo israelí. Las mujeres tienen que salir a Egipto, y muchas veces el paso de Rafah está cerrado. Y, por supuesto, Israel no permite a todo el mundo que tiene cáncer salir a tratarse a los hospitales de Jerusalén o Cisjordania. Por lo tanto esto es un drama, y hay que mostrarlo tal como es. Gaza, la causa palestina, es sentimiento. Y si no hay sentimiento, no puedes expresar que hay una injusticia total en esta causa política.

P: Son varios los periodistas como Yolanda Álvarez, ex corresponsal de TVE, o Javier Martín, de EFE, que han sido relevados de sus funciones en el terreno como consecuencia de las presiones de Israel. ¿Existe también un intento de bloqueo de cara a los medios que trabajan en Palestina?

R: Yo principalmente trabajo para una televisión que nada tiene que ver con Occidente, por lo que no tenemos ese tipo de presión tan directa. Lo que si me pasó durante la operación “Margen Protector” del año pasado cuando comencé a colaborar con el diario El Mundo, es que me llamaron diciéndome que habían recibido una carta del embajador de Israel, en la que decía que su corresponsal -ellos no sabían que yo no era corresponsal, sino colaboradora freelance-, tenía que salir de la Franja  de Gaza porque aquello se iba a convertir en una guerra muy peligrosa. Es una presión psicológica que hacen a los periodistas. Imagínate, tú llegas como periodista a un conflicto, y si es la primera vez que te avisan de que te tienes que salir ya, cunde el miedo. Yo sé de gente que sí que se fue. Yo me quedé, tengo allí mi familia palestina, tengo una labor periodística y humana. Pero sí que hay presiones.

P: Como periodista, ¿cuál cree que es el “secreto” para que el conflicto palestino termine de una vez por todas?


R: No hay secreto. Hay que dejar de apoyar a la entidad sionista de Israel. Hay que ser consecuentes con nuestros actos. Nuestros gobiernos deberían ir del lado de la justicia, de la igualdad, y terminar con esa ocupación que es ilegal ante las leyes internacionales. Pero esto es muy relativo. Nuestros gobiernos, otras entidades, los organismos internacionales, aprovechan la inestabilidad de Oriente Medio para seguir apoyando a Israel, pensando que eso va a contener un estallido. Pero yo estoy segura de que si se levanta el bloqueo, si termina la ocupación, si los palestinos tienen libertad de movimiento para trabajar donde ellos quieran, y conseguir vivir como un ser humano, la violencia terminará. Esto no es fácil, y no es ningún secreto. Hay que ser realistas. Hace falta una propuesta política. Yo soy de la opinión de que hace falta un estado democrático para todos, y que si se crea un estado de Palestina, habrá más problemas.